En un pequeño pueblo rodeado de montañas, existía un antiguo caserón que llevaba siglos abandonado. Los lugareños susurraban historias sobre el lugar, pero pocos se atrevían a acercarse. Los más valientes contaban que, al caer la noche, podían escucharse susurros y ver sombras moviéndose detrás de las ventanas rotas.
Carlos, un joven periodista apasionado por lo paranormal, decidió que era hora de investigar esas historias. Armado con su cámara y una linterna, se dirigió hacia el caserón justo cuando el sol comenzaba a ocultarse tras las montañas.
Al cruzar el umbral de la puerta principal, un escalofrío recorrió su espalda. El aire dentro de la casa era denso y frío, como si una presencia invisible lo rodeara. Carlos encendió su linterna y comenzó a explorar, documentando todo a su alrededor. Los pisos crujían bajo sus pies y el eco de sus pasos parecía resonar eternamente.
Mientras avanzaba por los oscuros pasillos, llegó a una habitación que destacaba por una gran puerta de madera en su centro, cubierta de extraños símbolos tallados. La puerta parecía emitir un leve resplandor. Intrigado, Carlos se acercó y, sin dudarlo, la abrió.
Lo que vio al otro lado le hizo perder el aliento. La puerta no daba a otra habitación, sino a un vasto y oscuro abismo. En el centro de este abismo, flotaba una estructura que parecía un antiguo templo. Carlos, sintiendo una mezcla de miedo y fascinación, decidió cruzar el umbral.
Al dar su primer paso, el suelo bajo sus pies desapareció y comenzó a flotar hacia el templo. Una vez allí, el ambiente cambió abruptamente. Estaba rodeado de figuras encapuchadas, que susurraban en un idioma desconocido. Las figuras parecían ignorarlo, pero Carlos sabía que estaba siendo observado.
De repente, uno de los encapuchados se volvió hacia él y, con una voz que resonó en su mente, le dijo: “Has cruzado el portal. Ahora perteneces a este lugar”.
Carlos intentó retroceder, pero la puerta había desaparecido. Estaba atrapado. Intentó gritar, pero su voz no producía sonido alguno. Desesperado, buscó una salida, pero el templo parecía no tener fin.
El tiempo pasó de manera extraña en ese lugar. No sabía si habían sido horas, días o semanas. Solo sabía que debía encontrar una forma de escapar. Fue entonces cuando recordó su cámara. Desesperado, comenzó a grabar todo a su alrededor, con la esperanza de que alguien, en algún lugar, viera su grabación y entendiera su destino.
Un día, la cámara dejó de funcionar. La batería se había agotado, dejando a Carlos en la más absoluta oscuridad. Sin embargo, su espíritu no se rindió. Continuó explorando, buscando cualquier indicio de esperanza.
Mientras tanto, en el mundo exterior, un grupo de adolescentes encontró la cámara de Carlos en el viejo caserón. Al revisar las grabaciones, vieron la desesperada búsqueda de Carlos y los horrores del templo. Aterrorizados, intentaron avisar a las autoridades, pero nadie les creyó.
El video, sin embargo, comenzó a circular en internet, atrayendo a más curiosos al viejo caserón. Poco sabían que al cruzar esa puerta, también quedarían atrapados en el abismo, uniéndose a Carlos en su eterna búsqueda de una salida.