Lo que estoy por relatar es totalmente cierto y me sucedió cuando tenía solo 12 años, durante un viaje turístico con mi familia a Cobán. Lo único que recuerdo de ese viaje es la noche espantosa en la que un calor asfixiante me despertó, para encontrarme con la más espantosa criatura que he visto en mi vida.
Cuidado: la siguiente historia puede ocasionarte pesadillas o problemas para dormir. Estás advertido.
Me gustaría decirles el nombre del hotel para que no se hospeden ahí si tienen problemas cardíacos. O bien, para que los amantes de lo oculto experimenten en carne propia los escalofriantes sucesos que estoy por relatarles.
¿Sucesos reales o imaginación de niño? No lo sé y quizás nunca lo sepa. Pero para mí fue tan real que aún se me pone la piel de gallina al escribir esta historia.
Aquél sábado de noviembre de 1987 había llovido la mayor parte del día, lo cual, junto a los tradicionales vientos de fin de año, llevaron al termómetro a unos 13 grados a la hora de acostarnos en un pequeño hotel en la ciudad de Cobán, al norte de Guatemala. Aunque a mí siempre me ha gustado el frío y he sido resistente a las bajas temperaturas, mi mamá insistió en que me pusiera un sudadero, pues el frío se haría más sensible durante la madrugada.
El cuarto del hotel era bastante cómodo, estaba ubicado en el primer nivel y tenía unos 25 metros cuadrados. Al entrar, un baño con regadera quedaba a la izquierda y formaba un pequeño corredor que luego se ampliaba al área principal, con dos camas matrimoniales colocadas paralelamente, con las cabeceras dando hacia la pared posterior del cuarto. Entre ambas camas, una pequeña mesita de noche con una sola lámpara. Por encima de las camas, un ventanal que daba a alguna calle o avenida de Cobán. No se podía ver la calle, porque el vidrio era opaco. Lo único que se apreciaba eran las sombras de los barrotes de la ventana.
En la cama de la izquierda, dormirían mis papás y en la de la derecha, mi hermanita de 9 años y yo. Las camas tenían gruesos ponchos para proteger a los huéspedes del frío estacional. Yo, como era mi costumbre, preferí no taparme con el poncho sino acostarme sobre él, ya que adoraba el frío y tener que dormir junto a mi hermana implicaría aguantar el calor que su cuerpo pudiera emanar. Luego de orar y del besito de buenas noches, mi papá apagó las luces del cuarto, dando inicio a los eventos sobrenaturales más escalofriantes de mi vida. Serían aproximadamente las 20:00 horas.
Me desperté de repente en medio de la noche, sintiendo un calor sofocante que no tenía sentido en medio de la fría madrugada de Cobán. Abrí los ojos y, para mi sorpresa, la habitación estaba sumida en una penumbra extraña, como si la luz de la luna no pudiera atravesar los barrotes de la ventana. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo y, cuando me giré para ver a mi hermana, ella seguía profundamente dormida, ajena a lo que estaba a punto de suceder.
De pronto, escuché un ruido extraño, como el sonido de unas pesadas cadenas arrastrándose por el suelo. El sonido venía desde el corredor que daba al baño. Tragué saliva, el corazón martillándome en el pecho, y me incorporé en la cama, intentando ver a través de la oscuridad.
El calor se hacía cada vez más insoportable, y una sensación de peligro inminente me invadió. Entonces, lo vi. Una figura negra, enorme, con ojos rojos brillantes que parecían llamas vivas, apareció en el umbral del corredor. Era el Cadejo, la legendaria criatura de la que tantas veces había oído hablar. Su presencia llenaba la habitación de un terror indescriptible.
Intenté gritar, pero mi voz no salió. El Cadejo avanzó lentamente hacia mí, sus cadenas resonando en el silencio de la noche. Cada paso suyo hacía que el suelo vibrara ligeramente. Sentía su mirada fija en mí, una mirada que parecía penetrar mi alma y descubrir todos mis miedos más profundos.
El Cadejo se detuvo a unos pocos metros de mi cama, su aliento caliente y pestilente llenando el aire. Con un movimiento lento, levantó una de sus garras y señaló hacia la ventana. Seguí la dirección de su garra y vi que los barrotes de la ventana empezaban a distorsionarse, como si estuvieran derritiéndose. Un viento helado se coló por la abertura, contrastando con el calor sofocante que emanaba de la criatura.
En ese momento, la figura de mi abuela fallecida apareció en mi mente. Recordé sus historias y advertencias sobre el Cadejo, y una especie de valor desesperado se apoderó de mí. Cerré los ojos con fuerza y comencé a rezar en silencio, pidiendo protección. Sentí una presión en el pecho, como si algo intentara aplastarme, pero no dejé de rezar.
De repente, la presión desapareció. Abrí los ojos y el Cadejo ya no estaba. El calor sofocante se había desvanecido y la habitación estaba fría de nuevo. Miré a mi alrededor, esperando ver algún rastro de la criatura, pero no había nada. Mi hermana seguía durmiendo, ajena a todo lo ocurrido.
El resto de la noche transcurrió en una vigilia tensa. No pude dormir, temiendo que la criatura regresara. Al amanecer, cuando mis padres despertaron, les conté lo sucedido. Al principio no me creyeron, pensando que había sido solo una pesadilla, pero la seriedad de mi relato y el miedo en mis ojos los hizo reconsiderar.
Desde aquel día, evito los lugares oscuros y solitarios, y siempre llevo conmigo una cruz bendita por mi abuela. Aunque algunos podrían decir que solo fue la imaginación de un niño, para mí, el encuentro con el Cadejo fue tan real como la vida misma. Y es un encuentro que espero nunca volver a experimentar.