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La Criatura del Cielo: La Pesadilla Inolvidable

Mi historia de terror comienza cuando tenía siete años. Vivíamos en un terreno amplio, compartido por las casas de mis padres y sus hermanos, herencia de mi abuelo. Rodeados de árboles y jardines que mis tías y mi mamá plantaron, pasábamos los días jugando con mis primos.

Una tarde, mientras intentábamos construir una casa en un árbol al borde del terreno, descubrimos algo que cambiaría nuestras vidas para siempre. A pocos metros, se alzaba una vieja construcción abandonada, un edificio de tres plantas, lleno de basura y cosas que despertaron nuestra curiosidad infantil.

Un domingo, mientras nuestros padres hacían una carne asada, mi primo mayor, Pablo, hizo un boquete en la barda y nos adentramos en el edificio. Caminamos entre la maleza hasta la entrada, una reja negra oxidada y una caseta en ruinas. La maleza cubría el camino y entramos por un hueco en la malla.

Dentro, el lugar era inmenso, lleno de bodegas vacías, paredes de cristal rotas y maquinaria vieja. Todo estaba abandonado, anegado de agua y basura. Nos dispersamos, explorando y rompiendo botellas. Yo me dirigí hacia una galera con tanques enormes y un contenedor al aire libre, lleno de agua verde y renacuajos.

Arrojé una piedra al agua, que hizo un ruido extraño. Al girar para irme, sentí que algo me devolvió la roca. Caíó cerca de mí, cubierta de limo verde y negro. Al mirar hacia el contenedor, vi una figura emergiendo del agua, una cabeza con ojos negros y brillantes que me observaban. Presa del pánico, corrí gritando, alertando a mis primos.

Volvimos al lugar, pero no encontramos nada. Pablo sugirió que podría haber sido un indigente. Decidimos jugar a las escondidas. Me vendaron los ojos y conté hacia atrás. De pronto, escuché un gruñido ahogado y percibí un olor nauseabundo, como basura podrida. Sentí una presencia acercándose, con pasos acuosos. El miedo me paralizó, pero al sentir un frío toque escamoso en mis pies, salí corriendo, quitándome la venda.

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Llegué a una galera y me escondí entre tambores viejos. Escuchaba pasos y gruñidos leves. Pasaron minutos eternos hasta que todo quedó en silencio. Mis primos me habían dejado sola como broma. Corrí de vuelta al terreno, llorando de miedo y frustración.

Esa noche, hicimos una fogata y nos preparamos para dormir al aire libre. Pablo y los otros jugaban con un extraño colgante de huesos y palos que habían encontrado en la fábrica. Lo guardaron para colgarlo en nuestra casa del árbol.

Dormí inquieta, y de madrugada, me desperté con un ruido gutural y un rasguño en la tienda de campaña. No quise mirar, pero sentí algo arrastrándose fuera. Al abrir los ojos, vi una criatura horripilante llevándose a Pablo, que dormía profundamente. Era pequeña, con piel brillante y húmeda, una gran cabeza sin orejas, dientes pequeños y ojos bulbosos. El olor nauseabundo era insoportable.

Grité con todas mis fuerzas, despertando a los adultos. Al llegar, no podían creer lo que veían. La criatura desapareció en la oscuridad, llevándose a mi primo. La desesperación y el terror inundaron la noche. Nunca volvimos a ver a Pablo.

Desde aquel día, la fábrica abandonada quedó sellada, y nuestras vidas nunca fueron las mismas. La criatura del cielo había marcado nuestras almas para siempre, dejando un vacío que ningún tiempo podría llenar.

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